Muchos de los escritores más famosos de la historia tienen una relación muy estrecha con el café, siendo el mismo una fuente de inspiración y las cafeterías no serían lo mismo sin la presencia de los escritores.
A Jonathan Swift (1667-1745) le gustaba mucho tomar café para escribir, el cual decía que “nos vuelve severos, serios y filosóficos”. Su biógrafo llegó a asegurar que enviaba cartas a su amada donde empleaba un código secreto con ella en el que aparecía la palabra “café” relacionada a otros placeres.
Voltaire (1694-1778) llegó a tomar más de sesenta tazas al día, mezclada con chocolate. También era un asiduo de los cafés parisinos, donde se congregaban los intelectuales de la época, en particular del Café Le Procope.
Honoré de Balzac (1799-1850) bebía 50 tazas al día para mantener rutinas de trabajo de hasta casi 15 horas diarias. También masticaba granos de café enteros en ayunas para desatar su creatividad. Realizó investigaciones sobre los efectos del café y de otros energizantes con los que experimentaba en su ensayo “Tratado de los excitantes modernos”.
El novelista alemán Johan Wolfgang Goethe (1749-1832) explicaba que al café “le debo todo mi vigor, pasión sin tasa de bote, inclinación, culto y locura”. Fue el impulsor del descubrimiento de la cafeína al insistir a su amigo, el científico Friedlieb Ferdinand Runge, en analizar la composición química del café, algo que logró en 1820. El café descafeinado se logra en 1905 al lograr aislar la cafeína sin que el café pierda su sabor.
Marcel Proust (1871-1922) fue otro apasionado del café y lo consumía en grandes cantidades para mantenerse concentrado durante sus largas sesiones de escritura, que tenían también lugar durante la noche. Su obra “En busca del tiempo perdido”, fue escrita alimentándose de croissants y café con leche.
Truman Capote (1924-1984) tenía la costumbre de escribir acostado y con un café al lado. En una entrevista afirmó que era “un autor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá y con un cigarrillo y un café a la mano. Tengo que inhalar y beber. A medida que avanza la tarde, paso del café al té de menta, al jerez y a los Martinis.”
J.K. Rowling (1965-), la creadora de la serie Harry Potter, también tiene una estrecha relación con el café y con las cafeterías. De hecho, dio forma a los dos primeros libros de su famosa saga en una cafetería de Edimburgo llamada The Elephant House.
La novelista Gertrude Stein no podía escribir o ser productiva sin su café: “El café te da tiempo para pensar. Es mucho más que una bebida, es algo que sucede. No como una moda, sino como un suceso, un lugar para estar, no como un lugar, sino como algo dentro de ti. Te da tiempo, pero no horas o minutos, sino más bien una oportunidad de ser tú mismo… y tomar otra taza.”
El poeta T.S. Eliot (1888-1965) rindió homenaje a la bebida en su poema “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”: “Yo he medido mi vida en cucharitas de café.”
Su colega Rubén Darío (1867-1916) resume la relación entre el escritor y el café expresando que “una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta”.
No hay duda que el café es el combustible de las personas. Entre ellos los escritores son unos de sus fanáticos más fieles. Muchas de las obras maestras de la literatura que hemos leído, no serían lo que son sin esta bebida inigualable.
Lo mejor para un día de relax es un buen libro y un café Legend.
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